dimarts, 1 de desembre del 2015

3 de Diciembre - Jornada sobre la Conferencia de Zimmerwald



Presentación Zimmerwald

El debate sobre el militarismo y la guerra había sido un tema de debate y preocupación en la Segunda Internacional prácticamente desde su fundación. Esa preocupación se intensificó al promediar la primera década del siglo XX, cuando la carrera armamentista y la competencia colonial comenzaba a definir dos bloques de posible confrontación, uno constituido por Alemania y el Imperio Austrohúngaro, y otro por Francia, Gran Bretaña y el imperio ruso, bloques a los que se irían integrando sucesivamente otros países europeos. A partir de la conferencia de Stuttgart de 1907 y hasta las mismas vísperas del estallido de 1914, los partidos socialdemócratas habían teorizado y debatido sobre la guerra, sus causas y como evitarla o afrontarla en caso de estallido.  Respecto a las causas había total unanimidad, la responsable de un futuro estallido bélico era el sistema capitalista que había promovido una feroz competencia al alcanzar, como diría Lenin, el pleno desarrollo su fase superior: el imperialismo, que impulsaba a la competencia por mercados y recursos para las potentes industrias europeas, así como el control estratégico de las vías de comunicación marítimas y terrestres, el cual recibiría una atención teórica creciente a partir de la publicación de dos obras capitales sobre el fenómeno imperialista: John Hobson, Imperialism. A study (1902), Rudolf Hilferding Das Finanzkapital (1910). Esta obra sería especialmente importante para Lenin en la redacción de su célebre obra, El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrita en plena guerra y publicada en 1916. Todavía en agosto de 1914 estaba prevista la realización de un congreso de la Internacional en Viena en el que se volvería a fijar la posición para afrontar la amenaza de guerra. Este congreso no llegó a realizarse porque la guerra estalló el 28 de julio de 1914 con el inicio de la ofensiva austro-húngara contra Serbia.
En contra de lo debatido y previsto los principales partidos socialdemócratas europeos, el alemán y el francés aprobaron por mayoría los créditos requeridos por el gobierno para financiar la guerra, y además aceptaron una conciliación de clases, una tregua social, denominada Burgfriede en el Imperio alemán y Unión Sacré en Francia, participando además en este último caso de los gabinetes de guerra, en los que entraron Jules Guesde . Ello significó la crisis de la Segunda Internacional ya que al secundar y no oponerse a los planes bélicos de sus respectivos gobiernos estaban negando una parte sustancial del ideario revolucionario, si el capitalismo era el responsable del estallido de la guerra a través de la feroz competencia por hombres y recursos que provocaba entre las grandes potencias, apoyar la guerra era colaborar con el enemigo de clase, renunciar a los ideales de emancipación –y aunque alguien lo considerar un error momentáneo y subsanable para cuando volviera la paz- una parte del movimiento obrero –diríamos la más consciente, seguramente la más coherente con los ideales de emancipación y justicia de los oprimidos- consideró que se había producido una grieta severa, irreparable en el edificio del movimiento internacional. Una convicción que refrendaría la clase obrera de los países combatientes cuando los sufrimientos acarreados por al guerra en el frente y en la retaguardia provocaran las rebeliones y luchas, en condiciones peligrosísimas de represión brutal por las autoridades –el estado de guerra permitía criminalizar aún más las acciones de las clases populares con el epíteto de alta traición- que desembocaron en deserciones, motines en el frente y huelgas generalizadas como la gran huelga de las fábricas de municiones alemanas en Berlín y otras ciudades industriales de enero de 1918 donde probaron su capacidad de organización y movilización los delegados de fábrica (revolutionäre Obleute) que desafiaban a las direcciones sindicales atadas a la colaboración con las autoridades, y especialmente en los “diez días que conmovieron al mundo”, el estallido de la gran Revolución rusa con sus dos momentos cardinales, febrero y octubre de 1917.
Es este marco terrible en el que un grupo de militantes socialdemócratas opuestos no sólo a la guerra sino también a la colaboración con los gobiernos que participaban en ella, decidieron reunirse en el otoño de 1915 en la localidad suiza de Zimmerwald para intentar dar una respuesta desde el movimiento obrero a la guerra que ya había adquirido una dimensión mundial. Se reunieron un total de 42 delegados de 11 países en la primera conferencia internacional de las corrientes socialistas que se oponían a la Primera Guerra Mundial, del 5 al 8 de septiembre de 1915.  Los convocantes eran los socialistas suizos e italianos con la intención principal de recomponer la Internacional, pero pronto se destacó la que sería denominada como “izquierda de Zimmerwald”, una minoría potente en su decisión y planteamientos de 11 delegados de izquierda encabezada por Lenin, procedentes de Rusia, Alemania, Letonia, Polonia y Suiza. Uno de los primeros actos de la convocatoria fue la lectura de la carta enviada desde la cárcel por Karl Liebknecht, el primer diputado socialdemócrata alemán que en diciembre de 1914 había votado en contra de los créditos de guerra, en la cual planteaba la necesidad de enfrentar la guerra reanudando la lucha de clases y rompiendo cualquier compromiso con los gobiernos respectivos, señalando además la necesidad de constituir una nueva internacional, sintetizando su propuesta en la consigna “Guerra civil Si, paz civil No”. Lenin y sus compañeros recogieron estas propuestas y las defendieron alo largo de la conferencia defendiendo el punto de vista que la lucha contra la guerra de los trabajadores debería tener como objetivo "el derrocamiento de los gobiernos capitalistas" y el fin del poder capitalista,
El manifiesto final, redactado por Trotsky, consintió en documento de consenso que incluía  un llamamiento a la lucha de masas, aunque la izquierda zimmerwaldiana lo consideró insuficiente porque no establecía medias concretas para desarrollar la lucha lo aceptó como clara convocatoria contra la guerra dirigida a los combatientes y retaguardia de todos los países participantes.  Su importancia radica en que se la considera en perspectiva histórica como el primer paso hacia la constitución de la tercera internacional. A pesar de que los censores militares impidieron la difusión del manifiesto, este de un modo u otro se filtró inspirando las luchas que desembocarían en los acontecimientos revolucionarios de 1917 y 1918-1919. Tal vez quien mejor reflejó el significado de Zimmerwald fue Trotsky quien escribió en el periódico Nashe Slovo, el 19 de octubre de 1915, que "La conferencia de Zimmerwald ha salvado el honor de Europa […] y los ideales de la conferencia salvarán a la propia Europa."

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