dimarts, 15 de desembre del 2015

¿QUIÉN ERA EL CORONEL ABEL?



La película de Spielberg “El puente de los espías” ha permitido que muchas personas oigan hablar, por vez primera, del coronel Rudolf Ivánovich Abel, pero la película, aunque ofrece pinceladas que permiten vislumbrar su cualidad de héroe, no cuenta apenas nada sobre alguien que dedicó su vida entera, una vida heroica repetimos, a la causa del Comunismo.

Así pues, ¿quién era el coronel Abel?

Este gran revolucionario se llamaba realmente William Fisher, si bien en su tumba moscovita figuran ambos nombres, el auténtico y el que él hizo famoso, por más que se tratara solamente de un truco para que en Moscú fueran conscientes de que había sido detenido, pues jamás lo había usado hasta ese momento, ya que los nombres que usó en Canadá y Estados Unidos fueron Andrew Kayotis y Emil Goldfus.

Emil Goldfus era el nombre que figuraba en sus documentos cuando fue detenido, en Nueva York, por el FBI (la agencia norteamericana encargada del contraespionaje) en junio de 1.957. Para entonces él llevaba más de seis semanas sin visitar su domicilio habitual (que se encontraba aledaño a la sede del FBI en Nueva York), pues era consciente de que podía ser detenido en cualquier momento. De hecho estaba a la espera de que su contacto soviético le facilitara un nuevo pasaporte falso, para salir de los Estados Unidos, donde ya no podía permanecer. Sin embargo, sus pasos ya eran seguidos de cerca y el FBI llegó a su puerta antes que el nuevo pasaporte. Sabiendo que esto podía pasar y preparado para ello, reconoció que Goldfus no era su nombre, que había entrado ilegalmente en Estados Unidos y dijo ser un ciudadano soviético llamado Rudolf I. Abel, aunque negó ser un espía y rechazó colaborar con los interrogadores de la CIA, a cuyas manos le pasó de inmediato el FBI. Así las cosas y con poco más que unos cuantos “gadgets” curiosos entre las manos, el principal de los cuales era una moneda de cinco centavos que se abría por la mitad y que habían encontrado años atrás (en base a esa moneda fue popularmente conocido este asunto en la prensa norteamericana), los cazadores de espías norteamericanos fueron incapaces de detener a nadie más y se quedaron con una sola prueba contra aquel a quien ya llamaban coronel Abel.

¿Qué prueba era esa y como pudo caer alguien tan discreto y prudente en manos del FBI?

Esto es algo que la película de Spielberg no muestra, pues pondría en tela de juicio su moralina final. El coronel Abel/William Fisher fue capturado por medio de un traidor. Ese traidor fue Reino Häyhänen, quien había sido enviado desde Moscú a petición del propio Abel, para colaborar con él, especialmente como operador de radio, debido a la cantidad de tráfico informativo que la red dirigida por Abel generaba. La conducta de este traidor fue mala desde un principio, lo que pone en tela de juicio la capacidad de análisis, y otras capacidades, de quienes le seleccionaron en Moscú. Todo cuanto hizo en Estados Unidos contradijo lo que debían ser sus normas, llegando a apoderarse de una importante cantidad de dinero que debía entregar a la esposa de un agente ya encarcelado por entonces. Naturalmente, el coronel Abel, que tenía con él el mínimo contacto imprescindible en las labores conspiratorias, se percató finalmente de ello y solicitó que fuese llamado a Moscú. Reino Häyhänen era traidor y corrupto, pero no tonto y advirtió que en Moscú no iba a recibir ninguna felicitación por su trabajo. Por eso, una vez salido de Estados Unidos se detuvo en París, donde no estaba siendo seguido por nadie, lo que tampoco habla muy bien de los responsables soviéticos. Así cuando, el 4 de mayo de 1.957, entró en la embajada norteamericana en Francia y declaró que era un oficial soviético que deseaba desertar, nadie pudo advertir al instante al coronel Abel. Por supuesto este fue informado de que Häyhänen había desaparecido y consciente de lo que esto significaba empezó a tomar precauciones, pero ya era tarde.
Cuantos hayan visto la película de Spielberg se darán cuenta de que nada de esto aparece en ella. Tampoco aparece el juicio en el que Abel/Fisher fue condenado en base, tan sólo, al testimonio de este traidor. En ese juicio el abogado de Abel hizo hincapié varias veces en la clase de persona, leal, concienzudo, patriota (no convenía insistir en que era un comunista convencido) y hombre de familia, que era su defendido, mientras que su único acusador era un traidor y un infame moral. Lo que no dejó de causar impresión en quienes seguían el caso y en el resultado final del juicio.

Y es que el abogado del coronel Abel, Jim Donovan, también era una persona notable y de gran valía, aunque no fuese comunista. Por supuesto esto queda muy claro en la película, pues Donovan es el protagonista de ella y el personaje a través de quien Spielberg desea encarnar esa moralina de la que hablábamos antes: ¡El “american way of life” es el único moral, justo y democrático!, como lo demuestran quienes combaten por él y el hecho de que siempre gana (al menos en sus películas). Es verdad que, para que esto cuele, hay que “maquillar” un poco la verdad. Olvidar que, aparte de los motivos políticos, lógicos cuatro años después del asesinato judicial de los Rosenberg y lo que esto supuso, que enseña la película a la hora de hablar de los preparativos del juicio, una razón fundamental para elegir a Donovan como abogado del coronel Abel es que Donovan había trabajado, durante la II Guerra Mundial, con la OSS (el precedente inmediato de la CIA) y fue esto lo que le llevó a participar en el juicio de Nuremberg (dato que sí señala Spielberg). Esto quiere decir que Donovan gozaba de prestigio y confianza en el mundo del espionaje norteamericano. Algo que no se dice con claridad pese a la escena de la reunión entre Donovan y Allen Dulles (el gran patrón de la CIA y que había dirigido la OSS en Suiza, durante la guerra, además de ser hermano del Secretario de Estado Foster Dulles). En fin, tampoco es cierto que la casa de Donovan fuera tiroteada, aunque sí se ganó muchos odios y recibió cartas amenazadoras por defender a Abel/Fisher. Menos verdad es que le robaran el abrigo en su visita al Berlín Democrático, o que Pryor fuese detenido durante la construcción del muro (que fue construido en la veraniega noche del 13 de agosto de 1.961), o que hubiera muertos en grupo por intentar saltar el muro (sí que hubo muertos a tiros en algunos casos contados, pero lo de los muertos a mansalva lo debe haber sacado Spielberg del muro de Frontex en el Mediterráneo).

Sin embargo, sigue siendo cierto que Jim Donovan dedicó todo su esfuerzo y saber a salvar la vida del coronel Abel y que supo darse cuenta de la gran calidad moral de la personalidad de su cliente. Por eso, cuando en 1.960 Gary Powers fue derribado con su U-2 sobre la Unión Soviética, no puso reparos a la tarea que le encargaron de intentar intercambiarlo por Abel/Fisher. Esta tarea, aunque lejos de la romantización fílmica, no fue fácil. Para los norteamericanos el derribo del U-2 fue un impacto total. Ellos creían que la Unión Soviética carecía de medios para interceptar ese tipo de aviones espía, pese a que en aquellos momentos (entre el Sputnik y el vuelo orbital de Yuri Gagarin) la URSS iba en cabeza en el sector aeroespacial. Además el derribo se produjo unos días antes de una cumbre de las potencias en París. Esta cumbre fue también “derribada” a consecuencia de la captura de Powers. Y, por último, el presidente Eisenhower hubo de reconocer publicamente que los U-2 estaban espiando a la URSS y prometer no volver a hacerlo (algo fácil, ya que volverían a ser derribados, si bien siguieron volando en otros lugares como sobre Cuba). Todo esto dificultó las cosas y peor las puso la creciente tensión existente en 1.961 en Alemania, que desembocó en la crisis del muro y en una situación de peligro de guerra nuclear que muchos consideran que fue más grave que el publicitado de octubre de 1.962. Pese a todo el intercambio del puente Glienicke se produjo (más el de Pryor) y el coronel Abel volvió a su casa (y no en la parte de atrás del coche).

¿Y esto es todo? Bueno quizá sobre el coronel Abel sea todo, pero sobre nuestro camarada William Fisher hay mucho más. Fisher nació en Newcastle (en la película se dice que tal vez sea inglés, pero cuando fue capturado los norteamericanos no tenían ni idea de nada de esto) en julio de 1.903, apenas unos días antes del inicio del II Congreso del POSDR y del nacimiento de los bolcheviques. Los padres de Fisher eran rusos de ascendencia alemana y vivían refugiados en Inglaterra, ya que su padre hubo de salir de Rusia, tras pasar por la cárcel, por sus actividades revolucionarias en Petersburgo, precisamente en la organización que dirigía allí, a fines del siglo XIX, V. I. Lenin, con quien se dice que compartió detención. Bolcheviques de primera hora sus padres, William Fisher, perfectamente bilingüe en ruso y en inglés, ya era comunista cuando llegó a Rusia en 1.921, después de pasar en Inglaterra sus primeros 18 años. Cuando le tocó el momento de incorporarse al Ejército Rojo lo hizo en Transmisiones y fue un operador de radio destacado. Con esto su carrera quedó ya fijada para siempre. Se casó muy pronto y en 1.929 nació su única hija, Elena. Ligado al NKVD, y después de trabajar en Europa Occidental, tuvo serias dificultades para superar la época de los crímenes de Stalin, pues un hermano de su mujer estaba vinculado a la oposición. No obstante él siempre fue fiel a su familia (aunque la película obvia esto como tantas cosas), de hecho en 1.955, cuando hacía siete años que estaba ausente, regresó de vacaciones a su casa por seis meses y siempre se las arregló para recibir noticias de su esposa e hija en Estados Unidos (algunas cartas de su hija sí cayeron en poder del FBI).

                                    

La Gran Guerra Patria le vió de nuevo como operador de radio tras las líneas alemanas combatiendo a los invasores nazis. Tras la victoria y ser condecorado es cuando fue enviado a Estados Unidos como agente “rezident”, es decir sin cobertura legal alguna y responsable de una red y encargado de transmitir a Moscú la información recogida. Hay quienes, cegados por su fanatismo, siguen negando que recogiera información valiosa, pero la verdad es que el traidor Häyhänen sólo pudo dar su nombre, debido a las precauciones y prudencia de Abel/Fisher, con lo que el FBI fue incapaz de detener a nadie más y la red siguió funcionando. Es más, la inmensa mayoría de cuanto sabemos de él se supo tras la caida de la URSS. En su momento apenas se conoció que, a su vuelta a casa, se dedicó a labores de enseñanza a agentes que habían de ser enviados a Occidente, que fue condecorado de nuevo y que falleció en 1.971 de cáncer de pulmón (algo normal, pues también fue un fumador impenitente), siendo enterrado en Moscú, junto a la tumba de su padre en el cementerio de Donskói, bajo una lápida en la que se grabaron, como ya dijimos, sus dos nombres, el verdadero y el que él hizo célebre.

Cuando el coronel Abel regresó a casa el gobierno soviético, siempre muy reacio a reconocer que las tareas de información son vitales para cualquier estado u organización, estaba relajando algunas normas estúpidas y estaba publicitando algunas hazañas notables de sus agentes. Precisamente en 1.964 los correos soviéticos dedicaron un sello a Richard Sorge y se celebraron algunos homenajes a un par de supervivientes de su antigua red japonesa. No obstante, Abel/Fisher tuvo que esperar a las días postreros de la URSS para tener su propio sello de correos, aunque lo mismo le sucedió a otro gran revolucionario de carrera pareja a la suya. Nos referimos, claro está, a Kim Philby de quien hablaremos otro día.

                                                         

El coronel Abel sí tuvo un reconocimiento muy singular y apropiado en el centenario de su nacimiento. En el año 2.003 algunos de los más destacados miembros de la comunidad de inteligencia se reunieron ante su tumba moscovita para recordarle, como hoy hacemos nosotros. Pero ellos le recordaban como agente de inteligencia, que lo fue y muy bueno, mientras nosotros queremos recordarle como comunista, que también lo fue y de los buenos. Quizá haya quienes entre nosotros, semejantes al gobierno soviético en sus tiempos, menosprecien el trabajo serio, callado y por fuerza secreto de aquellas personas que dedicaron su vida a luchar por la causa de la emancipación de la humanidad bajo una falsa bandera, pero ese trabajo es fundamental. Nunca como en los tiempos presentes, cuando son nuestros enemigos quienes actúan cotidianamente y sin oposición bajo esas falsas banderas contra nosotros, se ha echado tan de menos a esas personas heroicas, como el coronel Abel que con toda humildad, como corresponde a auténticos comunistas, pusieron su granito de arena en pro de la liberación del género humano.

Ernesto Gómez de la Hera

dimarts, 1 de desembre del 2015

3 de Diciembre - Jornada sobre la Conferencia de Zimmerwald



Presentación Zimmerwald

El debate sobre el militarismo y la guerra había sido un tema de debate y preocupación en la Segunda Internacional prácticamente desde su fundación. Esa preocupación se intensificó al promediar la primera década del siglo XX, cuando la carrera armamentista y la competencia colonial comenzaba a definir dos bloques de posible confrontación, uno constituido por Alemania y el Imperio Austrohúngaro, y otro por Francia, Gran Bretaña y el imperio ruso, bloques a los que se irían integrando sucesivamente otros países europeos. A partir de la conferencia de Stuttgart de 1907 y hasta las mismas vísperas del estallido de 1914, los partidos socialdemócratas habían teorizado y debatido sobre la guerra, sus causas y como evitarla o afrontarla en caso de estallido.  Respecto a las causas había total unanimidad, la responsable de un futuro estallido bélico era el sistema capitalista que había promovido una feroz competencia al alcanzar, como diría Lenin, el pleno desarrollo su fase superior: el imperialismo, que impulsaba a la competencia por mercados y recursos para las potentes industrias europeas, así como el control estratégico de las vías de comunicación marítimas y terrestres, el cual recibiría una atención teórica creciente a partir de la publicación de dos obras capitales sobre el fenómeno imperialista: John Hobson, Imperialism. A study (1902), Rudolf Hilferding Das Finanzkapital (1910). Esta obra sería especialmente importante para Lenin en la redacción de su célebre obra, El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrita en plena guerra y publicada en 1916. Todavía en agosto de 1914 estaba prevista la realización de un congreso de la Internacional en Viena en el que se volvería a fijar la posición para afrontar la amenaza de guerra. Este congreso no llegó a realizarse porque la guerra estalló el 28 de julio de 1914 con el inicio de la ofensiva austro-húngara contra Serbia.
En contra de lo debatido y previsto los principales partidos socialdemócratas europeos, el alemán y el francés aprobaron por mayoría los créditos requeridos por el gobierno para financiar la guerra, y además aceptaron una conciliación de clases, una tregua social, denominada Burgfriede en el Imperio alemán y Unión Sacré en Francia, participando además en este último caso de los gabinetes de guerra, en los que entraron Jules Guesde . Ello significó la crisis de la Segunda Internacional ya que al secundar y no oponerse a los planes bélicos de sus respectivos gobiernos estaban negando una parte sustancial del ideario revolucionario, si el capitalismo era el responsable del estallido de la guerra a través de la feroz competencia por hombres y recursos que provocaba entre las grandes potencias, apoyar la guerra era colaborar con el enemigo de clase, renunciar a los ideales de emancipación –y aunque alguien lo considerar un error momentáneo y subsanable para cuando volviera la paz- una parte del movimiento obrero –diríamos la más consciente, seguramente la más coherente con los ideales de emancipación y justicia de los oprimidos- consideró que se había producido una grieta severa, irreparable en el edificio del movimiento internacional. Una convicción que refrendaría la clase obrera de los países combatientes cuando los sufrimientos acarreados por al guerra en el frente y en la retaguardia provocaran las rebeliones y luchas, en condiciones peligrosísimas de represión brutal por las autoridades –el estado de guerra permitía criminalizar aún más las acciones de las clases populares con el epíteto de alta traición- que desembocaron en deserciones, motines en el frente y huelgas generalizadas como la gran huelga de las fábricas de municiones alemanas en Berlín y otras ciudades industriales de enero de 1918 donde probaron su capacidad de organización y movilización los delegados de fábrica (revolutionäre Obleute) que desafiaban a las direcciones sindicales atadas a la colaboración con las autoridades, y especialmente en los “diez días que conmovieron al mundo”, el estallido de la gran Revolución rusa con sus dos momentos cardinales, febrero y octubre de 1917.
Es este marco terrible en el que un grupo de militantes socialdemócratas opuestos no sólo a la guerra sino también a la colaboración con los gobiernos que participaban en ella, decidieron reunirse en el otoño de 1915 en la localidad suiza de Zimmerwald para intentar dar una respuesta desde el movimiento obrero a la guerra que ya había adquirido una dimensión mundial. Se reunieron un total de 42 delegados de 11 países en la primera conferencia internacional de las corrientes socialistas que se oponían a la Primera Guerra Mundial, del 5 al 8 de septiembre de 1915.  Los convocantes eran los socialistas suizos e italianos con la intención principal de recomponer la Internacional, pero pronto se destacó la que sería denominada como “izquierda de Zimmerwald”, una minoría potente en su decisión y planteamientos de 11 delegados de izquierda encabezada por Lenin, procedentes de Rusia, Alemania, Letonia, Polonia y Suiza. Uno de los primeros actos de la convocatoria fue la lectura de la carta enviada desde la cárcel por Karl Liebknecht, el primer diputado socialdemócrata alemán que en diciembre de 1914 había votado en contra de los créditos de guerra, en la cual planteaba la necesidad de enfrentar la guerra reanudando la lucha de clases y rompiendo cualquier compromiso con los gobiernos respectivos, señalando además la necesidad de constituir una nueva internacional, sintetizando su propuesta en la consigna “Guerra civil Si, paz civil No”. Lenin y sus compañeros recogieron estas propuestas y las defendieron alo largo de la conferencia defendiendo el punto de vista que la lucha contra la guerra de los trabajadores debería tener como objetivo "el derrocamiento de los gobiernos capitalistas" y el fin del poder capitalista,
El manifiesto final, redactado por Trotsky, consintió en documento de consenso que incluía  un llamamiento a la lucha de masas, aunque la izquierda zimmerwaldiana lo consideró insuficiente porque no establecía medias concretas para desarrollar la lucha lo aceptó como clara convocatoria contra la guerra dirigida a los combatientes y retaguardia de todos los países participantes.  Su importancia radica en que se la considera en perspectiva histórica como el primer paso hacia la constitución de la tercera internacional. A pesar de que los censores militares impidieron la difusión del manifiesto, este de un modo u otro se filtró inspirando las luchas que desembocarían en los acontecimientos revolucionarios de 1917 y 1918-1919. Tal vez quien mejor reflejó el significado de Zimmerwald fue Trotsky quien escribió en el periódico Nashe Slovo, el 19 de octubre de 1915, que "La conferencia de Zimmerwald ha salvado el honor de Europa […] y los ideales de la conferencia salvarán a la propia Europa."